Quisiera agradecer en esta entrada las numerosas llamadas y muestras de cariño que hemos recibido toda mi familia tras la publicación el pasado lunes 17 de marzo del artículo del Diario de Cádiz "Funcionaria Meléndez", firmado por Pedro Ingelmo.
No conozco a Pedro Ingelmo. Desconozco incluso el aspecto físico que tiene. En estos siete años de actividad pública sólo en una ocasión me ha llamado por telefóno. Y por supuesto no fue para contrastar la errónea y maliciosa información que publicó el otro día. Podría acuñar un término en esta ocasión el "estilo Ingelmo", el de los periodistas que no cumplen con las premisas básicas en el Código Deontológico del periodismo. Pedro Ingelmo en este artículo no respeta la verdad, no persiguió la objetividad aunque esta fuera inaccesible y no contrastó los datos con cuantas fuentes fueran precisas, reglas todas ellas previstas en este código. Todos ellos aspectos necesarios para ser un buen informador, redactor o periodista, como quieran llamarlo.
Pedro Ingelmo atacó muy duramente a mi padre. A un señor respetado en su profesión, un trabajador nato, al que nadie ha regalado nada, un servidor público que ha entendido siempre la administración como ese lugar cercano al administrado y en el que siempre hay que dar una respuesta a quien la solicita. Mi padre no es persona pública y se ve en esta "contienda" calumniado e injuriado.
Quiero contarle a Pedro Ingelmo y a todo aquel que lea esta entrada, como ha sido la vida de mis padres, seguramente, muy parecida a cualquiera de aquellas parejas que a inicio de los años setenta llegaron a la capital de la provincia buscando prosperidad no para ellos, sino para sus hijos. Mis padres con veinticuatro años salieron de su pueblo natal, ambos maestros gracias al esfuerzo de mis abuelos y a la "perra gorda" que en el caso de mi abuela paterna pudo ahorrar para que de sus cinco hijos uno de ellos estudiara Magisterio. Asi llegaron mis padres a Cádiz, con tres hijas en este mundo y con un futuro incierto. Así fueron contratados en el colegio Argantonio, en el que mi padre sólo duró un año porque aprobó las oposiciones del Ministerio de Trabajo -número uno fue en toda España- y dedicidió iniciar su carrera en la Administración. Mi madre fue más tiempo profesora en ese colegio hasta que la despidieron por exigir el alta en la Seguridad Social para ella y todos sus compañeros. Por entonces ambos prepararon las oposiciones de Magisterio, ya con cuatro hijas. Recuerdo esos años, sin mis padres en casa, criadas por los abuelos cuando venían de Jimena o por nuestra vecina Ana y su marido Antonio. Aprobadas las oposiciones, mi padre entró a formar parte de la primera plantilla de la Delegación de Educación, a dejarse la piel por un proyecto, el de la autonomía, el de los inicios de la Educación General y Pública en nuestra provincia... bien lo sabe el primer Delegado de Educación. Para entonces, mi madre ya pasaba algo de tiempo con nosotras, pero mi padre, en determinados meses del año sólo pasaba por casa a descansar. Él conoce bien la evolución de la educación en nuestra provincia, del progreso que eso supuso para los andaluces, de la construcción de nuevos centros y de la necesidad de su dotación de recursos humanos y materiales. Pronto mi padre optó y por concurso de méritos fue nombrado Jefe de Sección de Secundaria, último puesto en el escalafón administrativo. Por encina de él, todas designaciones políticas, puestos de libre de designación y mucho "amén" al Delegado o Delegada de turno. Nunca quiso, ni nunca obtuvo un puesto político, porque mi padre no ha militado en el partido socialista durante su vida profesional, no ha pertenecido a ningún clan socialista y ha sido un leal ejecutor de las decisiones que desde la Consejería se han puesto en marcha.
Por eso, mi padre nunca tuvo poder en la Delegación, otra cosa es que la constancia, el estar todo el día allí metido con la puerta de su despacho abierta, hicieran sentir a los muchos de docentes que pasaban por allí como una persona accesible, con la que se podía hablar y que atendía a todo el mundo para intentar darle una respuesta. Millones de errores se tuvo que tragar, primero en los años en los que la colocación del personal se hacía con el papel contínuo y después con los inicios de las aplicaciones informáticas. No era la "penúltima firma" como dice Ingelmo, porque no firmaba en los nombramientos ni en la colación de personal. Para ello estaban el Jefe de Servicios, el Delegado y el Secretario General de la Delegación. Y tampoco tuvo guerra interna alguna con sus delegados, más concretamente como dice Ingelmo con Pilar Sánchez, pero sí ha tenido opinión de ellos y ellas como jefes que fueron suyos.
Mis tres hermanas y yo hemos aprendido de mi padre la constancia en el trabajo, el esfuerzo, que nada te viene dado por la cara bonita, y, sobretodo, que debemos ser útiles para la sociedad, porque si somos las cuatro tituladas universitarias, no es sólo por el esfuerzo económico que mis padres hicieron, sino porque aquellos años -los ochentas- fueron un revulsivo para la igualdad de oportunidades, y gracias al esfuerzo inversor público, nosotras pudimos estudiar. Sino hubiera existido la Universidad de Cádiz con cada una de sus facultades, con cada una de las titulaciones en las que nos quisimos formar, seguramente mis padres hubieran tenido que hacer como mis abuelos: decidir cuál de sus hijas iba a la Universidad. Mi padre nos enseñó a ser mujeres libres e independientes no sólo económicamente sino también de pensamiento. Todas siempre hemos tenido una fuerte vocación docente... y ¿por qué no? porque no iba a dedicar mi vida a enseñar a los demás, porque no podía ser docente, si el ejercicio libre de la abogacía o de la procuraduría no me gustaba, ¿por qué no podría optar como cualquier "hijo de vecino" a una profesión tan apasionante como la de docente?, primero en la bolsa de interinos cuando ésta se abrió y después presentarme y aprobar las oposiciones de Profesores de Enseñanza Secundaria. Esto lo dejaré para otra entrada, en la que explicaré a Pedro Ingelmo mi trayectoría profesional desligada completamente de mi vida política... y que no es ni mucho menos firmar artículos sensacionalistas.
Pedro Ingelmo no llamó a los miles de amigos y amigas que tiene mi padre. Pedro Ingelmo, confundido, mal intencionado por sus informadores, escribió un artículo brutal en el incluso llega a calumniarlo, pero quiero pensar que este no es el periodismo, esa noble profesión de contar desde la veracidad lo que sucede.
Pedro Ingelmo atacó muy duramente a mi padre. A un señor respetado en su profesión, un trabajador nato, al que nadie ha regalado nada, un servidor público que ha entendido siempre la administración como ese lugar cercano al administrado y en el que siempre hay que dar una respuesta a quien la solicita. Mi padre no es persona pública y se ve en esta "contienda" calumniado e injuriado.
Quiero contarle a Pedro Ingelmo y a todo aquel que lea esta entrada, como ha sido la vida de mis padres, seguramente, muy parecida a cualquiera de aquellas parejas que a inicio de los años setenta llegaron a la capital de la provincia buscando prosperidad no para ellos, sino para sus hijos. Mis padres con veinticuatro años salieron de su pueblo natal, ambos maestros gracias al esfuerzo de mis abuelos y a la "perra gorda" que en el caso de mi abuela paterna pudo ahorrar para que de sus cinco hijos uno de ellos estudiara Magisterio. Asi llegaron mis padres a Cádiz, con tres hijas en este mundo y con un futuro incierto. Así fueron contratados en el colegio Argantonio, en el que mi padre sólo duró un año porque aprobó las oposiciones del Ministerio de Trabajo -número uno fue en toda España- y dedicidió iniciar su carrera en la Administración. Mi madre fue más tiempo profesora en ese colegio hasta que la despidieron por exigir el alta en la Seguridad Social para ella y todos sus compañeros. Por entonces ambos prepararon las oposiciones de Magisterio, ya con cuatro hijas. Recuerdo esos años, sin mis padres en casa, criadas por los abuelos cuando venían de Jimena o por nuestra vecina Ana y su marido Antonio. Aprobadas las oposiciones, mi padre entró a formar parte de la primera plantilla de la Delegación de Educación, a dejarse la piel por un proyecto, el de la autonomía, el de los inicios de la Educación General y Pública en nuestra provincia... bien lo sabe el primer Delegado de Educación. Para entonces, mi madre ya pasaba algo de tiempo con nosotras, pero mi padre, en determinados meses del año sólo pasaba por casa a descansar. Él conoce bien la evolución de la educación en nuestra provincia, del progreso que eso supuso para los andaluces, de la construcción de nuevos centros y de la necesidad de su dotación de recursos humanos y materiales. Pronto mi padre optó y por concurso de méritos fue nombrado Jefe de Sección de Secundaria, último puesto en el escalafón administrativo. Por encina de él, todas designaciones políticas, puestos de libre de designación y mucho "amén" al Delegado o Delegada de turno. Nunca quiso, ni nunca obtuvo un puesto político, porque mi padre no ha militado en el partido socialista durante su vida profesional, no ha pertenecido a ningún clan socialista y ha sido un leal ejecutor de las decisiones que desde la Consejería se han puesto en marcha.
Por eso, mi padre nunca tuvo poder en la Delegación, otra cosa es que la constancia, el estar todo el día allí metido con la puerta de su despacho abierta, hicieran sentir a los muchos de docentes que pasaban por allí como una persona accesible, con la que se podía hablar y que atendía a todo el mundo para intentar darle una respuesta. Millones de errores se tuvo que tragar, primero en los años en los que la colocación del personal se hacía con el papel contínuo y después con los inicios de las aplicaciones informáticas. No era la "penúltima firma" como dice Ingelmo, porque no firmaba en los nombramientos ni en la colación de personal. Para ello estaban el Jefe de Servicios, el Delegado y el Secretario General de la Delegación. Y tampoco tuvo guerra interna alguna con sus delegados, más concretamente como dice Ingelmo con Pilar Sánchez, pero sí ha tenido opinión de ellos y ellas como jefes que fueron suyos.
Mis tres hermanas y yo hemos aprendido de mi padre la constancia en el trabajo, el esfuerzo, que nada te viene dado por la cara bonita, y, sobretodo, que debemos ser útiles para la sociedad, porque si somos las cuatro tituladas universitarias, no es sólo por el esfuerzo económico que mis padres hicieron, sino porque aquellos años -los ochentas- fueron un revulsivo para la igualdad de oportunidades, y gracias al esfuerzo inversor público, nosotras pudimos estudiar. Sino hubiera existido la Universidad de Cádiz con cada una de sus facultades, con cada una de las titulaciones en las que nos quisimos formar, seguramente mis padres hubieran tenido que hacer como mis abuelos: decidir cuál de sus hijas iba a la Universidad. Mi padre nos enseñó a ser mujeres libres e independientes no sólo económicamente sino también de pensamiento. Todas siempre hemos tenido una fuerte vocación docente... y ¿por qué no? porque no iba a dedicar mi vida a enseñar a los demás, porque no podía ser docente, si el ejercicio libre de la abogacía o de la procuraduría no me gustaba, ¿por qué no podría optar como cualquier "hijo de vecino" a una profesión tan apasionante como la de docente?, primero en la bolsa de interinos cuando ésta se abrió y después presentarme y aprobar las oposiciones de Profesores de Enseñanza Secundaria. Esto lo dejaré para otra entrada, en la que explicaré a Pedro Ingelmo mi trayectoría profesional desligada completamente de mi vida política... y que no es ni mucho menos firmar artículos sensacionalistas.
Pedro Ingelmo no llamó a los miles de amigos y amigas que tiene mi padre. Pedro Ingelmo, confundido, mal intencionado por sus informadores, escribió un artículo brutal en el incluso llega a calumniarlo, pero quiero pensar que este no es el periodismo, esa noble profesión de contar desde la veracidad lo que sucede.
Papá, sabes que te queremos, sabes que hay mucha gente que te aprecia y te respeta, pero también sabes que pobre de aquel que no tenga enemigos, porque "quien enemigos no tenga, señal de que no tiene: ni talento que haga sombra, ni valor que le teman, ni honra que le murmuren, ni bienes que le codicien, ni cosa buena que le envidien". Disfruta de tu jubilación junto a mamá, que bien merecida la tenéis.
Que grande eres Marta!!
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