Esta es la expresión, con
voz constreñida de desesperación, que utilizó en el pleno celebrado ayer una de
las vecinas que tomó la palabra. La pronunció la representante de los
baratilleros sin licencia. Ella pide para sí misma y para sus compañeros y
compañeras una licencia para poder trabajar cada domingo en el baratillo situado
en la calle Gómez Ulla. A Inma Michinina Costa le salió el plural en su
expresión, porque ella vive una situación desesperada y va pleno tras pleno para
reclamar su derecho a trabajar. Pero sabe que debe usar el plural, lo usa de
manera solidaria, porque son muchos los que como ella no ven a quienes les
representamos solucionando sus problemas, su situación, la de poder vivir el día
a día. Por eso pide dignidad, porque ella lucha desde la palabra, pleno tras
pleno, utilizándola e intentando convencer al gobierno municipal que su
solución, la supervivencia de ella y de sus hijas depende de una licencia.
Pero ayer las voces
femeninas, la reivindicación de las mujeres primaron en una sesión plenaria
aterradora. Se visualizó que en nuestra ciudad también, la crisis, la
desigualdad, la falta de oportunidades tiene nombre de mujer. Diez
intervenciones de mujeres. Todas ellas reclamaban lo que Inma expresó: dignidad,
al menos una mínima porción de dignidad humana. La dignidad que da el tener un
hogar en el que criar a sus hijos. La dignidad de acudir a un centro de trabajo
que les asegure el salario que les permita “llenar la nevera”. La dignidad que
asegura un puesto de trabajo con las numerosas horas que han echado a sus
espaldas, fregando los suelos que pisan otros al día siguiente. Dignidad para
mantener lo poco que tienen, para no ser explotadas laboralmente, para no seguir
formando parte de la población que se levanta cada día con la incertidumbre de
no saber que ocurrirá hoy.
La voz de estas mujeres,
una voz clara y sincera, suena a golpe duro y seco sobre nuestras conciencias.
Un golpe que resuena a fracaso. Al fracaso de una sociedad y de una ciudad. Una
sociedad que es incapaz de garantizar los recursos mínimos a sus ciudadanos y
ciudadanas. Una ciudad que poco a poco se vuelva cada vez más inhóspita a
quienes habitan en ellas. Y en esa injusticia y en ese fracaso golpea a las
mujeres con mayor dureza. Por ello no es de extrañar que sean las mujeres las
que alcen una voz más clara y estremecedora. Y tenemos que tomar nota de ello,
para eso están también los plenos municipales.
Ayer se sintió en el salón
plenario del Cádiz la desesperación de quienes ya no piensan ni en su desarrollo
como personas, como mujeres libres, sino de quienes se encuentran atadas por la
situación, de aquellas que buscan desesperadas una solución, y que no consiguen
abrir ni una sola puerta, o cuanto menos una ventana que les permita respirar
aire fresco. La voz de unas mujeres que, tras soportar un día tras otro lo que
cualquiera sería incapaz de soportar, sólo les queda gritar, siempre pensando en
un presente para sus hijos e hijas, porque ya no pueden ni pensar en el futuro
que tendrán, porque de ese, desgraciadamente, se tendrán que preocupar mañana.
Ayer un grupo de mujeres reunió valor y coraje para gritar. Ayer se acogieron al
derecho a la palabra. Ayer verbalizaron su indignación justa y legítima. Ayer,
casi sin saberlo, casi sin ser conscientes, este puñado de mujeres desesperadas
puso el dedo en la llaga cuando gritó ¡Teófila, déjenos tener dignidad! Y lo
hicieron en nombre de toda la ciudad.
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